Nuestra vida está escrita en un viejo libro de CUENTOS DE HADAS.

Y os digo esto, porque una vez, en sueños llegue hasta él, era un libro brillante, mágico. Pude hojearle. Cuando movías sus hojas escritas con titas irisadas, salían miríadas de luces, fragmentos de estrellas.

Lo primero que hice fue saltar dentro de sus páginas. Algo me invitaba a hacerlo. Y allí, caminando por un estrecho sendero, encontré un gran lago de aguas tranquilas y azules. Detrás de él recortaba su silueta un aguerrido castillo. Estaba envuelto en nubes blancas. Y sin duda, atrapada en él, vivía una princesa.

Miré el índice del libro y encontré un capitulo que se llamaba: “la llegada del príncipe” ¿Era el cuento de la Bella durmiente?

Más cuando me acerque a mirar el rostro de la princesa, comprobé que era yo misma y supe de mi pena y mi espera. Pues aunque en mi vida habían llegado muchos Caballeros a rescatarme, había sido en vano, Ya que entre los dos, cuando nos conocíamos, algo fallaba. ¡No! No es mi caballero.

Así ocurrió muchas veces. Porque cuando es el príncipe de verdad, el que nos ha sido asignado desde la otra parte del Destino, no hacen falta promesas, ni actos que demuestren que es él, ni compromisos, ni nada necesitamos que nos demuestre que nos ama. Una sola mirada, como una flecha se instala en nuestro corazón, como la “espada artúrica” y solo puede tocarla el dueño de la flecha.

El amor, como un perfume se inhala, atraviesa nuestro ser llegando a lo más profundo. Y el abrazo y los besos, nos transportan al Castillo, aquel que mora en lo alto de la colina, tras el lago.