LUGH – EL DIOS DE LA MANO LARGA

El carácter guerrero de la divinidad suprema tiene su origen probablemente en la primera gran batalla de carácter iniciático que ha de superar.

En todas las mitologías indoeuropeas, el mundo es creado tras la derrota de un gran monstruo, que en ocasiones retiene las aguas del mundo impidiendo el surgimiento de la vida.

Este mito aparece de diversas maneras pero el concepto subyacente es que el dios del cielo y el rayo se han de enfrentar y vencer al terrible monstruo que amenaza con la destrucción de la humanidad. Es de este modo como el dios Júpiter es representado en las columnas gigantes del Rin, como un jinete empuñando el rayo, venciendo a las fuerzas de la oscuridad en forma de monstruo semi-zoomorfo. Un mito de características similares, lo encontramos representado en una estela funeraria de Clunia (Fig. 1). La estela en cuestión se halla representada por sus dos caras, en las que posee escenas diferentes. En la primera cara hallaremos una alegoría del cielo nocturno y en la segunda del cielo diurno, concretamente del amanecer. En la cara que simboliza la noche, aparecen representados cinco elementos, un bóvido, un cánido, dos peces y una serpiente aparentemente con dos cabezas que enmarca el conjunto.
No cabe duda de que el bóvido es una representación de la luna y de hecho aparece con los cuernos muy destacados mostrando la relación entre éstos y el creciente lunar, lo cual es muestra de un culto a los poderes creativos y fecundadores de la naturaleza, además de ser un símbolo de regeneración periódica. En segundo lugar podemos observar que aparece un cánido, probablemente un lobo, sobre el bóvido en actitud de atacarlo. Esta escena recuerda extraordinariamente al mito germano que explicaba el movimiento del sol y la luna por el hecho de ser perseguidos por lobos y que Snorri Sturluson recogió en sus Eddas (Gylfaginning XII).

Cada mes un lobo muerde a la luna, pero se escapa y crece otra vez recuperando la parte perdida. Con este mito o uno muy similar debieron explicar los antiguos celtas hispanos el porqué de las fases de la luna. El lobo, por sus características de animal cazador de hábitos nocturnos, que con frecuencia ataca los rebaños de los pastores, debió ser contemplado por aquellas sociedades ganaderas como un animal paradigma del caos, la muerte, la guerra y como no, la noche.

En la mitología irlandesa, es el dios solar Lug quien mata al gigante de un solo ojo Balor, de una pedrada con su honda, del mismo modo que David con Goliat. En la mitología griega, Argos es llamado Panoptes y «el de los cien ojos» porque simboliza la noche estrellada. Argos también fue matado de una pedrada, en este caso lanzada por Hermes, de hecho en la Iliada, Hermes es apodado «matador de Argos» y Lug es el Hermes céltico , el Mercurio que según César era la principal divinidad de los galos (César, B.G. VI, 17). En el anverso de nuestra estela cluniense contemplamos pues una representación alegórica de la noche, con la luna representada por el bóvido que está siendo devorada por el lobo, y todo ello rodeado por la representación de la noche estrellada en forma de serpiente de dos cabezas. En el reverso se representa un jinete a caballo superpuesto a la figura de la serpiente que de nuevo enmarca la escena. Del mismo modo que en el resto de mitologías el dios de la luz vence a la serpiente, también en el mundo celtibérico debió existir ese mitologema, claramente representado en esta imagen, en la que el jinete se impone a la serpiente acabando con la noche y dando comienzo al día. Es por tanto probable que el dios jinete hispano, muy posiblemente LUG a la vista de los datos, fuese identificado con el Mercurio romano en base a este mito del que se desprende la idea del dios celeste vencedor del caos y la noche.

Por lo tanto, podemos señalar que en esta estela funeraria se están representando mitos a cerca de las concepciones que aquellas gentes tenían acerca del curso de los astros y las transformaciones que sufre el cielo cada día. Nos habla también de la cíclica victoria de la luz sobre las tinieblas y de la vida sobre la muerte, en clara referencia a que del mismo modo también el difunto acabará venciendo sobre la muerte y alcanzará una nueva vida.

En numerosas culturas, y quizá así sucedía en la celtibérica, el ritual de imprecación de la lluvia era un ritual en el que intervenía la sangre, pues por magia homeopática se tendía a identificar la sangre con la lluvia, y si la primera se producía y corría en abundancia, la lluvia también lo haría. Por este motivo el sol también era visto como un cazador que fertilizaba la tierra derramando la sangre de sus víctimas. El tema de la caza divina aparece en la Península Ibérica bajo la forma de la caza del jabalí. Este mito aparece representado en una serie de fíbulas de caballito que incluyen un estilizado jabalí en la parte frontal, catalogadas como el grupo E4 según M. Almagro y M. Torres y bien estudiadas por A. Esparza, quien cataloga unas dieciséis fíbulas, poniéndolas en relación con las monedas célticas que habitualmente representan a ambos animales. Por otra parte existe un segundo grupo de fíbulas que también nos muestran la representación del mismo mito, de un modo más narrativo y menos esquemático, el denominado grupo de «fíbulas ibéricas con escenas venatorias». Este grupo fue estudiado por C. Angoso y E. Cuadrado, atribuyéndolas una cronología de entre los siglos III a I a.C. aproximadamente64, coincidiendo en buena medida con la cronología de los ejemplares meseteños, que serían algo anteriores. Este grupo de fíbulas muestra en su representación a un jinete a caballo persiguiendo a un jabalí acompañado de un perro y dos en el ejemplar de Los Almadenes de Pozoblanco (Córdoba), que también se diferencia del resto por no poseer la figura del jinete. En los ejemplares de Muela de Taracena (Guadalajara) y Chiclana del Segura (Jaén), aparece representado en la parte posterior de la fíbula una deidad femenina entre prótomos de caballo que posiblemente represente a la diosa de la fecundidad de la tierra, esperando que caiga la sangre del jabalí sobre ella en forma de lluvia, para ser fertilizada y proporcionar abundancia a la humanidad. Otro lugar donde aparece representada la cacería del jabalí es en los famosos grabados rupestres del castro de Yecla, en Salamanca, donde aparecen representados unos jinetes armados con lanza acosando a unos jabalíes, en lo que pudiera ser realmente una práctica de cacería ritual para propiciar las lluvias. Pero sin DUMÉZIL, G.: 1970, op. cit., pág. 26 59 GREEN, M. J.: 1991, op. cit., pág. 123. 60 FRAZER, J. G.: 1981, op. cit., págs. 92-93. 61 GREEN, M. J.: 1991, op. cit. 62 ALMAGRO-GORBEA, M. y TORRES, M.: op. cit., pág. 23. 63 ESPARZA, A.: «Cien años de ambigüedad: sobre un viejo tipo de fíbulas de la Edad del Hierro de la Meseta Española». Zephyrus 44-45, 1991-92, passim. 64 ANGOSO, C. y CUADRADO, E.: «Fíbulas ibéricas con escenas venatorias». BSAarq 13, pág. 29. 65 ARGENTE, J. L.: Las fíbulas de la Edad de Hierro en la Meseta Oriental. Valoración tipológica, cronológica y cultural. EAE 168, Madrid, 1994, pág. 94. 66 ANGOSO, C. y CUADRADO, E.: op. cit., págs. 23-24. 67 ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. R.: Los Señores del Ganado.

Arqueología de los pueblos prerromanos del occidente de Iberia. Madrid, 2003, pág. 89. 06_RubenAbad.qxp 8/1/10 08:31 Página 89 duda el mejor ejemplo con el que podemos conectar la imagen de la cacería, con el mito de producción de la lluvia, es a través del llamado «Carrito de Mérida» (Fig. 2). Este carrito votivo se compone de una plataforma de cuatro ruedas sobre cuya caja se representa la escena del jinete acompañado de un perro (probablemente fueron dos) persiguiendo a un jabalí. De la parte posterior de la caja debieron colgar suspendidos cinco cencerros de los que solo quedan dos. José María Blázquez ya relacionó este tipo de carro con otros ejemplos peninsulares y europeos, señalando que estaría probablemente consagrado al sol, como mostrarían los círculos concéntricos representados a lo largo de la caja del carro, y relacionado con rituales de imprecación de lluvias, a través del tintineo que producirían los cencerros al moverse el carro, Blázquez da una cronología para este carro de entre los siglos IV-III a.C. lo que nos hace pensar, que no debió ser antes del siglo IV a.C. cuando las sociedades peninsulares plasmaron figurativamente la imagen del dios celeste-solar como un jinete cazador. Se trata sin duda de un carro que debió ser empleado en ceremonias religiosas y ser objeto directo de culto. La manera de tributar culto a la divinidad consistiría simplemente en mover un poco el carro y hacer sonar los cencerros, de un modo análogo a como se tributaba culto al carro de Thor de Trandheim, y al que solo había que mover un poco tirando de una cuerda para tributar culto al dios. De hecho, el carrito de Almorchón, pese a que no muestra la imagen de la cacería, solo al jinete a caballo, también posee dos anillas en la parte anterior para enganchar una cadeneta o una cuerda, y así poder realizar el acto de culto al modo del carro de Thor.