HOMO – HUMUS
LA TIERRA Y EL HOMBRE
De todas las creencias concedidas a lo largo de muchos estudios antropológicos, se desprende que LA TIERRA ES MADRE, es decir, engendra formas vivas, haciéndolas salir de su propia sustancia.
La tierra está “viva” ante todo porque es fértil. Todo lo que sale de la tierra está dotado de vida, y todo lo que vuelva a ella, adquiere nuevamente vida. Por el binomio HOMO-HUMUS no ha de entenderse que el hombre es tierra porque es mortal; el sentido es otro: es que el hombre ha podido tener vida por venir de la tierra, porque ha nacido de –y vuelve a- la TERRA MATER.
La “materia” tiene el destino de una madre porque engendra incesantemente. Lo que nosotros llamamos vida y muerte, no son sino dos momentos distintos del destino total de la TIERRA MADRE; vivir no es más que separarse de las entrañas de la tierra, y la muerte se reduce a una vuelta a “casa”.
El deseo, tan frecuente, de ser enterrado en la tierra patria, no es sino una forma profana del autoctonismo místico, de esa necesidad de volver a su propia casa. En las inscripciones sepulcrales de la época del Imperio Romano se trasluce la alegría de ser enterrado en el suelo de la patria: HIC NATUS HIC SITUS EST (CIL, V, 5595); HIC SITUS EST PATRIAE (VIII, 2885); HIC QUO NATUS FUERAL OPTANS ERAT ILLO REVERTI (V, 1703). Finalmente se negaba la sepultura a los traidores porque, según la explicación de Filóstrato, eran indignos de “ser santificados por la tierra”.
El agua contiene gérmenes; la tierra también, pero en la tierra todo fructifica rápidamente: las latencias y los gérmenes permanecen en ocasiones durante varios ciclos en las aguas, antes de lograr manifestarse; de la tierra casi puede decirse que no conoce el descanso; su destino es engendrar incesantemente, dar forma y vida a todo lo que vuelve a ella inerte y estéril.
Las aguas están en el comienzo y al final de todo acontecimiento cósmico. La tierra está en el comienzo y al final de toda vida. Toda manifestación se realiza POR ENCIMA de las aguas y se reintegra al caos primordial a través de un cataclismo histórico (diluvio) o cósmico (nahapralaya). Toda manifestación biológica se debe a la fecundidad de la tierra; toda forma nace viva de ella, y vuelve a ella cuando se agota el trozo de vida que se le había asignado; vuelve a la tierra para renacer; pero antes de renacer, para descansar, purificarse y regenerarse.
Las aguas SON ANTERIORES a toda creación a toda forma; la tierra PRODUCE FORMAS VIVAS. Mientras el destino mítico de las aguas es abrir y cerrar los ciclos cósmicos o eónicos que abarcan millares de años, el destino de la tierra es estar en el comienzo y al término de toda forma biológica o perteneciente a la historia local. (Los “hombres del lugar”). El tiempo –que parece estar adormecido cuando se trata de las aguas- es vivo e infatigable cuando se trata de que la tierra engendre. Las formas vivas aparecen y desaparecen con fulminante rapidez. Pero ninguna desaparición es definitiva: la muerte de las formas vivas no es sino un modo (latente y provisional) de existencia; la forma viva como tipo, como especie, no desaparece nunca durante el lapso que las aguas conceden a la tierra.
No se han encontrado comentarios