Desafortunadamente no tenemos a nuestra disposición una palabra más precisa que el término “religión” para describir la experiencia de lo SAGRADO.
Este término acarrea consigo una larga historia, aunque bastante limitada desde el punto de vista cultural.
Uno se pregunta cómo puede aplicarse de forma indiscriminada al antiguo Oriente Medio, al judaísmo, al cristianismo, al islam, al hinduismo, al paganismo o al confucianismo, así como a todos los denominados pueblos “primitivos”.
Es posible que sea demasiado tarde para buscar otro vocablo, y “religión” todavía puede ser una palabra útil si tenemos en cuenta el hecho de que no implica necesariamente la creencia en dios, dioses o espíritus, sino que se refiere sólo a la experiencia de la sagrado y, por tanto, se halla relacionada con los conceptos de SER, SENTIDO y VERDAD.
Por supuesto es difícil imaginar cómo podría funcionar la mente humana sin el convencimiento de que existe algo que es absolutamente REAL en el mundo, y es imposible imaginar cómo habría podido surgir la conciencia sin conferir un SENTIDO a los impulsos y experiencia del ser humano. La toma de conciencia de un mundo real y significativo se halla en íntima relación con el descubrimiento de la SAGRADO. Gracias a la experiencia de lo SAGRADO, la mente humana pudo captar la diferencia que existe entre lo que se revela a sí mismo como real, poderoso, rico y significativo, y lo que no, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas y sus apariciones y desapariciones fortuitas y carenes de sentido.
Lo “sagrado” es un elemento de la estructura de la conciencia y no una etapa de su historia. Un mundo con significado –el ser humano no puede vivir en el “caos”- es el resultado de un proceso dialéctico que puede llamarse la manifestación de lo SAGRADO.
La vida humana se llena de sentido imitando los modelos paradigmáticos revelados por lo seres sobrenaturales. La imitación de modelos trashúmanos constituye una de las características primordiales de la vida “religiosa” una característica estructural que es indiferente a la cultura y a la época.
Desde los documentos religiosos más arcaicos accesibles al paganismo, al cristianismo y al islam, nunca se interrumpió la IMITATIO DEI, como norma y guía de conducta de la existencia humana. En realidad, no podía haber sido de otro modo. En los niveles más arcaicos de la cultura, VIVIR COMO SER HUMANO es en sí mismo es un ACTO RELIGIOSO, ya que la alimentación, la vida sexual y el trabajo tienen un valor sacramental. En otras palabras, SER –o más bien DEVENIR- un ser humano significa ser RELIGIOSO.
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