CUENTOS DE HADAS
Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas: Hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez alguien pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves.
Los cuentos de hadas tienen tanta antigüedad que entroncan con el Paleolítico. Son leyendas convertidas en mitos y guardan una gran enseñanza.
Las antiguas tradiciones europeas eran trasmitidas oralmente. Aunque existía la lengua y la gramática, no se escribía, ya que aquellos hombres sabios (Magos y Brujas) llamados habitualmente BARDOS, y posteriormente trovadores, llevaban LA HISTORIA y la enseñanza a la casa de los más nobles.
Ocurrió que, mientras las persecuciones católicas contra los paganos, se sometieron al cristianismo muchos de aquellos sabios. Y aunque se metieron a los monasterios, seguían siendo BARDOS RECICLADOS. Un gran tomo de la HISTORIA ANTIGUA PRECRISTINA, quedó editada y llego a las manos de todos los que estamos interesados por ese género, llamado NOVELA DE CABALLERÍA. Ahí encontramos a los Caballeros de la Tabla Redonda, Merlín, Morgana… etc. Otra parte fue recogida por autores como LOS HERMANOS GRIMM y editada como un género aparentemente ingenuo (nada hay más falso) ya que los cuentos de hadas guardan grandes sabidurías. Ahora los terapeutas los utilizan para su psicoanálisis.
HOY RECORDAREMOS UNA LEYENDA MUY CONOCIDA Y AL MISMO TIEMPO DESCONOCIDA.
EL FLAUTISTA DE HAMELIN
Este cuento ha tenido diferentes versiones literarias, de las cuales escogemos una de ellas, la escrita por el poeta inglés Robert Browning a finales del siglo pasado. La historia en cuestión, muy resumida, es que en el pueblecito alemán de Hamelín, situado en Brunswick, cerca de la famosa ciudad de Hanover apareció un buen día un extraño personaje extranjero –que decía ser flautista- proponiendo un remedio a la plaga de ratas que asolaba la ciudad. Tras acordar el precio (mil florines), el flautista se encargó de limpiar la ciudad de las ratas, ahogándolas a todas con tan sólo tocar su flauta mágica. Una vez finalizada la labor, el alcalde y la corporación se negaron a pagarle el precio estipulado, por lo que en represaría el flautista encantó a todos los niños de Hamelin con el sonido de su flauta consiguiendo que le siguieran hacia el profundo río Weser.
“Sin embargo –escribe Browning-, el flautista cambió de rumbo y, en lugar de dirigiste hacia el sur, se encaminó hacia el oeste y rumbeó hacia la colina de Koppelberg, con los chicos siempre pegados a la espalda. Todos se sintieron aliviados. Peros sucedió que, al llegar al pie de la montaña, se abrió de par en par un portal maravilloso, como si de pronto hubiera surgido una caverna. El flautista avanzó y los niños le siguieron. Y cuando habían entrado todos, hasta el último, la puerta se cerró de golpe”.
“¿Dije todos? –Se pregunta Browning-. Me equivoco. Uno de ellos era rengo y no había podido bailotear como los otros. Cuando muchos años después, le reprochaban su tristeza, solía decir –“Es muy sombrío el pueblo desde que se fueron mis compañeros. Y no puedo olvidar que estoy privado de contemplar todos esos maravillosos espectáculos que también a mí me prometió el Flautista”.
Luego el niño describe este mundo de gozo “donde brotaban fuentes y crecían árboles frutales, y las flores desplegaban matices más hermosos, y todo era extraño y nuevo, donde los gorriones eran más brillantes que los pavos reales y los perros más veloces que la corzas, y las abejas habían perdido sus aguijones y los caballos nacían con alas de águila. Y justo cuando me sentí seguro de que en ese lugar iba a curarme de mi renquera, la música se detuvo y yo me quedé allí parado, del lado de afuera de la montaña, abandonando muy a pesar mío y obligado a seguir renqueando en este mundo, y a no volver a oír nunca más hablar del hermoso país”. Está haciendo referencia a una enésima versión del maravilloso PAÍS DE LAS HADAS.
No se le escapará al lector avispado que en este cuento se habla de sonidos embelesadores (como los que se atribuyen a algunas hadas y a algunos enanos) y de mundos subterráneos, precisamente de donde dicen venir extraños personajes, tanto altos como bajos, portadores de algún cuento, se preguntaba ¿Qué conocimiento tenía el extranjero de aquel pasadizo o túnel y adónde llegó con su carga humana? Sugiere que su destino era nada menos que Agharti, un reino subterráneo situado en Asia Central. En una nota a pie de página, Harold Bayley especula con que el flautista y los niños entraron en un pasadizo en las montañas Koppenburg, en Alemania, unas de las PUERTAS al inframundo…