EL SIMBOLISMO

Casi todas las tradiciones de DILUVIOS van vinculadas a la idea de una reabsorción de la humanidad en el agua, y a la instauración de una NUEVA ERA, con una NUEVA HUMANIDAD.

Todas ellas denuncian, pues, una concepción cíclica del cosmos y de la historia: una época queda abolida por la catástrofe, y empieza una NUEVA ERA, regida por “hombres nuevos”. Esta concepción cíclica se ve confirmada además por la convergencia de los mitos lunares con los temas de la inundación y del diluvio (la luna es el símbolo por excelencia del devenir rítmico, de la muerte y de la resurrección). De la misma manera que las ceremonias de iniciación –en las que el neófito “muere” para “renacer” nuevamente –se rigen por las fases de la luna. Así también se encuentra estrechamente vinculado a ellas el DILUVIO y las inundaciones que aniquilan la humanidad vieja y preparan el advenimiento de una humanidad nueva.

Las mitologías del litoral del Pacífico atribuyen generalmente el origen de los clanes a un animal mítico lunar que escapó a una catástrofe acuática. El antepasado de los clanes escapó a un DILUVIO o desciende del animal lunar que provocó la inundación.

No insistiremos en este escrito sobre la concepción cíclica de la reabsorción en las aguas y de la manifestación periódica, en la que están basados todos los apocalipsis y mitos geográficos (la Atlántida, etc.) Lo que nos interesa subrayar es el carácter universal y la coherencia de los temas míticos neptúnicos.

Las aguas son anteriores a toda creación y periódicamente se reabsorben para refundirla en sí, para “purificarla” regenerarla al mismo tiempo, enriqueciéndola con nuevas latencias.

La humanidad desaparece periódicamente en el diluvio o en una inundación a causa de sus “pecados” (en la mayoría de los mitos del litoral del Pacífico la causa de la catástrofe es una falta ritual). Pero la humanidad no perece nunca definitivamente, sino que reaparece bajo una nueva forma, con el mismo destino, en espera de que vuelva a presentarse la misma catástrofe que la reabsorba en las aguas.

No sé si cabe hablar aquí de una visión resignada de la vida, impuesta por la intuición misma del conjunto AGUA-LUNA-DEVENIR. El MITO DEL DILUVIO, con todas sus implicaciones, revela cómo puede ser valorada la vida por una “conciencia” distinta de la humana; “vista” desde el plano neptúnico, la vida humana aparece como algo frágil que tiene que ser reabsorbida periódicamente, porque el destino de todas las formas es disolverse para poder reaparecer.

Si las “formas” no se regeneraran por su reabsorción periódica en las aguas, se desharían, se agotarían sus posibilidades creadoras y se apagarían definitivamente.

Las “maldades” los “pecados” acabarían por desfigurar la humanidad; vaciada de gérmenes y de fuerzas creadoras, la humanidad se marchitaría decrépita y estéril. En lugar de esa regresión lenta a formas infrahumanas.

Cualquiera que sea el conjunto religioso en que se presentes, la función de las AGUAS es siempre la misma: la de desintegrar, abolir las formas, “lavar” los defectos de los hombres, purificando y regenerando al mismo tiempo. Las AGUAS no pueden superar su carácter virtual, de germen y latencia. Todo lo que es “forma”, se manifiesta por encima de las AGUAS, separado de ellas. Pero en el momento  en que se separa de las aguas y deja, por tanto, de ser virtual, la “forma” cae bajo la jurisdicción del tiempo y de la vida; adquiere límites, empieza a tener historia, participa del devenir universal, se corrompe y acabaría por vaciarse en su propia sustancia si no se regenerara por inmersiones periódicas en las aguas, si no repitiera el “DILUVIO”, seguido de la “COSMOGONÍA”. La finalidad de las LUSTRACIONES Y PURIFICACIONES rituales con AGUA, es actualizar en un instante “aquél tiempo”, IN ILLO TEMPORE, en que tuvo lugar la creación; son una repetición simbólica del nacimiento de los mundos o del “hombre nuevo”. Todo contacto con el AGUA, hecho con intención religiosa, resume los dos momentos fundamentales del ritmo cósmico: la reintegración en las aguas y la creación.

El DILUVIO provoca una reabsorción instantánea en las aguas, en las que se purifican “los males del mundo” y de las que va a nacer la humanidad nueva.